miércoles, 24 de abril de 2013

ARCHIPIÉLAGO DRON: Supervivencias



La reflexión teórica es una parte fundamental de este proyecto. Empezó con una idea clara: queríamos hacer una reflexión sobre el lenguaje, sobre sus mecanismos, sobre sus usos. Pronto nos dimos cuenta de que una reflexión de este tipo nos conducía a una crítica del poder. Dice Giorgio Agamben que toda obra escrita puede ser considerada como el prólogo de una obra jamás escrita que permanece necesariamente así. El título de su obra que permanece obstinadamente no escrita sería éste: Ética, o sobre la voz. En ese libro se preguntaría: “¿Existe una voz humana, una voz que sea la voz del hombre como el chirrido es la voz de la cigarra o el rebuzno es la voz del asno? Y si existe, ¿acaso el lenguaje es esta voz? ¿Cuál es la relación entre voz y lenguaje, entre phoné y lógos?” 

En su investigación sobre la voz humana, Agamben hace una reflexión sobre la infancia atendiendo a su sentido etimológico, esto es, in-fancia, el que no habla. Si pensar nos lleva inevitablemente a plantearnos el problema de los límites del lenguaje, el concepto de infancia nos hace plantearnos lo inefable, lo inenarrable como categorías que pertenecen únicamente al lenguaje humano: no son los límites del lenguaje sino la expresión de su invencible poder de presuposición por lo cual lo indecible es aquello que el lenguaje debe presuponer para poder significar. Pero lo que más nos llamó la atención de la reflexión del filósofo es que su libro no escrito es un libro sobre Ética. Entre la voz (que expresa placer y dolor, y, según Aristóteles, es algo que compartimos con los animales) y el lenguaje (que nos permite distinguir entre lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo inconveniente) hay un vacío, una afonía. Entonces: ¿cuál es la expresión justa para la existencia del lenguaje? Y la única respuesta posible para Agamben sería la vida ética.

Pero la realidad es que nuestro lenguaje está enturbiado, manipulado, retorcido, dirigido, plagado de eufemismos, cegado. La luz nos impide ver. Aquí es donde aparece otro autor cuya obra ha determinado el planteamiento de la nuestra. Hablamos de Georges Didi-Huberman y su libro Supervivencia de las luciérnagas. Básicamente, la tesis que se defiende en el libro es que los potentes reflectores del poder nos tienen cegados y somos incapaces de ver que todavía sobreviven luciérnagas que emiten su pequeña luz: "¿Está el mundo tan totalmente sometido como han soñado [...] nuestros actuales consejeros pérfidos? Postularlo así es, justamente, dar crédito a lo que su máquina quiere hacernos creer. Es no ver más que la noche negra o la luz cegadora de los reflectores. Es actuar como vencidos: es estar convencidos de que la máquina hace su trabajo sin descanso ni resistencia. Es no ver más que el todo. Y es, por tanto, no ver el espacio -aunque sea intersticial, intermitente, nómada, improbablemente situado- de las aberturas, de las posibilidades, de los resplandores, de los pese a todo”. Y es que la luciérnaga es un espacio de resistencia.

Aplicamos la advertencia de Didi-Huberman a nuestro Archipiélago Dron y descubrimos que las islas de nuestro archipiélago eran, en realidad, los reflectores cegadores del poder y que aquello que las unía y las separaba eran luciérnagas que emitían sus singulares señales luminosas. También nuestras luciérnagas serán intermitentes y nómadas e impedirán no ver más que el todo. Si la lógica del poder muestra lo que hay como única realidad, las luciérnagas serán las interrupciones de esa lógica que nos permitan alumbrar lo frustrado, lo olvidado, lo posible, lo ausente. Gracias a su luz podremos escuchar la advertencia que hace la cartógrafa de la ausencia de Juan Mayorga: “Desconfía de tus ojos, lo que tus ojos ven esconde cosas”. Quizás nuestras luciérnagas no lleguen a tener lenguaje, pero seguro que tendrán voz.

QY Bazo
 

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